31 de octubre de 2010


Es 31 de Octubre, el calendario no miente y sí, después de tantas charlas, habían quedado. Ya temprano por la mañana se había levantado inquieta, pese a que había dormido largo y tendido tras la fiesta de la tarde-noche anterior. Aún recordaba las risas pasadas, su disfraz de gata y la borrachera. En la boca se mezclaba el sabor de las ganas con el miedo.
Debido a la poca concentración que proporcionaba tal fecha, decidió dedicarse la mañana a ella: Una buena ducha relajante, música para desconectar. No sé a quién pretendía engañar con tales artimañas, cuando de verdad, estaba siendo devorada por los nervios. No sabía ni que ponerse. ¿Debía vestir normal? ¿Arreglarse un poco quizá? Se cambió más de cuatro veces. Para paliar ese remolino de sentimientos, decidió quedar antes por la tarde con las chicas de la facultad. Unas risas calman a cualquiera, pensó. Pasaron la tarde en una cafetería del centro, tomando batidos de frutas y charlando. Pero no se calmó. En el estómago florecían los nervios cada vez que miraba el reloj. La risa floja, el pánico, la rojez en las mejillas… taquicardias. Según se iba aproximando la hora, pidieron la cuenta y se alejaron del local. Ella no sabía donde meterse. Se debatía entre la timidez y las ganas. Era su primera cita. La primera cita de su vida. Un antes y un después. Sabía y sentía hasta que nivel había conectado con Él, pero las cosas siempre son más fáciles cuando uno no está enfrente del otro y dado el giro que habían tomado las conversaciones, había que arriesgar. Temerosa, suplicó (sí, esa es la palabra) a sus amigas que la acompañaran a mitad de camino. La calle Preciados estaba infestada de gente, no se podía ni andar y ella no quería llegar tarde. Al final el acompañamiento se prolongó hasta entrar en la misma Puerta del Sol, donde la dejaron y la despidieron con un beso y un ¡Buena Suerte! ¡Todo va a salir bien! Respiró, se dio media vuelta y les dedicó una sonrisa a todas ellas y se encaminó hacia la entrada del nuevo intercambiador. ¡Maldita sea! Pensó,”Hoy todo Madrid se ha reunido aquí, no voy a ser capaz de encontrarle”. No sabía si darle un toque al móvil, pero lo hizo. Comenzó a rodear la entrada al metro por la derecha, la ballena de cristal, y nada más girar, le vio. Allí estaba Él. De pie, inquieto, buscándola con la mirada. Se encontraron y se dieron dos besos. No sabían que más decir. Tenían dolor de cabeza. Los nervios, aún presentes, comenzaban a remitir. “No puedes tenerme así”, dijo ella agarrándole la cazadora (por los nervios, claro) y se echaron a reír.

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