2 de diciembre de 2010


Cualquiera que pase verá unas frias patas de hierro forjado que sujetan unos travesaños de madera donde los abueletes, los turistas, los indigentes, los fatigados, los nómadas y transeuntes en general se sientan a descansar, a contemplar la magia del Madrid de los Austrias. Cualquiera pasaría por delante de él sin prestarle ningún tipo de atención, ¿Para qué? solo es mobiliario urbano puesto por el ayuntamiento. Cierto. Pero en realidad no es solo eso. Es algo especial, es el inicio de una historia (de una de las buenas) es un lugar de lágrimas y sonrísas, es un enclave al que dos personas han de hacer una visita obligada cada vez que pasen cerca de él, como si de su Meca particular se tratase. ¿Pero si solo es un banco? Ya, pero ¿Qué culpa tenemos nosotros si tenemos una relación muy especial con todos aquellos lugares que se asociaron con nosotros y nuestras circunstancias para hacer que nuestra vida fuera especial y diferente?
Los días pasan, el tiempo trancusrre, las hojas caen y las estaciones se suceden, pero ese banco siempre seguirá ahí, simbolizando nuestro punto de partida

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